jueves, 7 de noviembre de 2013

Un cuento para ser feliz

Ana llegó esa mañana muy temprano al prostíbulo de las letras. Pidió por Camila, de quien le habían dado excelentes referencias, y la escuchó leer un pequeño texto fantástico cuya autora peruana no conocía ni recordaría el nombre aunque se esforzara. Luego hicieron el amor. Ana nunca quiso aprender a leer palabras: sigue prefiriendo que la sorprenda la magia de no adelantar las historias con la traición apurada de los ojos y degustar sorbo a sorbo la novedad de las no invenciones en ficción. Jamás pudo despojarse de la voz de Camila, ni siquiera cuando entendió que ella también dormía entre las líneas de una hoja ajada, dentro de un voluminoso libro del cuarto estante en ese sitio donde aquella vez gozó.  

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